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Un paseo sin más

Señoritas andando por la Gran Vía (Madrid)
              

              Andando sin rumbo, me pierdo por las calles del barrio. 

              Una gran avenida, me da paso a callejuelas encantadoras, con un cierto toque infantil debido a los colores con que sus dueños han pintado las fachadas (verde, rojo, fucsia, amarillo...); coquetas plazas porticadas, donde unos niños intentan subir en patín entre los restos del mercado de la mañana; calles arboladas, que tapizan sus aceras de hojas púrpuras, verdes e incluso amarillas, parece que ya están preparadas para la eclosión primaveral. 
Estas vías no están tan pobladas como su hermana mayor, la que me ha invitado a pasar este distrito. Al contrario, las calles rebosan tranquilidad, e incluso cierta familiaridad. Sus gentes me miran, saben que soy forastero, pero su curiosidad pronto deja de ser ofensiva para convertirse en simple indiferencia. La misma que yo tengo hacia ellos, aunque para ser franco, mis ojos no dicen lo mismo, puesto que buscan con ansia nuevos rincones de la ciudad, nuevas gentes con quien saciar mi galería de tipos urbanos. De pronto, la música parece que acompaña al hallazgo que me espera, frente a mis ojos se presenta un bar del 1929, uno de esos con solera, donde está la gente de siempre, que toma lo de siempre y le deja la misma propina de siempre al camarero, que por cierto, acaba de mirar por el escaparate porque me he quedado absorto mirando el suntuoso interior de tal establecimiento, pensando si entrar o no. Otro día será, voy solo y no llevo conmigo ni siquiera un libro. Sonrío -por lo absurdo de la situación- y continuo andando.

¿Hacía donde voy? No sé ¿Por esa callejuela estrecha que huele a calamares? Me parece bien, pienso.

Mientras me encamino, pienso en como podría ser aquel barrio hace cien años... posiblemente un reducto provinciano de esta gran urbe. Un reducto pestilente, tal vez, pero con mucho carácter. Al menos eso pienso, un carácter que aún conserva como distrito y que muchos pueblos querrían para ellos.

El olor a calamares hace reaccionar a mi estómago, el reloj biológico llama a mis entrañas... no sé que hora es, pero debe ser hora de cenar. Buscando un aparato que me la facilite levanto la vista... Entro en una plaza como una persona importante, con la cabeza bien alta. Parece que a las personas importantes todo les sale bien, y yo no iba a ser menos: ¡Un reloj! Sí señores y señoras, eran casi las nueve de la noche, mi estómago tenía razón.
Ya con las entrañas calmadas, me dispongo en el centro de la plaza. Clavado como un pendón de conquista. Miro a mi alrededor. Aunque un poco oscuro, este sitio me recuerda a Roma. Una majestuosa iglesia se levanta frente a mis ojos, con una cúpula impresionante y un campanario no menos impactante, al igual que sus columnas de orden gigantesco. Todo parece entrar en armonía cuando veo todas las callejuelas desembocar en esta plazoleta, que es acentuada por los árboles, bancos y tiendas que la rodean. Parece que este lugar tiene historia.

              Miro el reloj de la torre. Es la hora. Tengo suerte y puedo entrar a echar un vistazo a esta construcción. Están en misa, pero observo que hay deambulatorio. Entro silenciosamente y me siento a observar. Tengo otro tipo para mi colección de tipos urbanos -¡Bien!-: un chico que discretamente se sitúa al lado de una señorita que acaba de entrar. Le dice algo que no consigo escuchar... pero por el gesto de la chica y la reacción del hombre, será que la operación del susodicho no ha tenido éxito. Se marcha por donde ha llegado. Observando un poco más, me doy cuenta que la Iglesia se ha modernizado... y ha introducido entre sus materiales litúrgicos una pantalla de plasma, un proyector, un escenario y... UNA ORQUESTA! No; que son las señoras del coro. Eso sí, la innovación de disponer las letras de las canciones en la pantalla me gusta, recuerdo cuando no me sabía ninguna canción y nos castigaban los curas en el colegio. Otro gallo hubiese cantado con estas pantallas. 
Ya con mis retinas saturadas de tanta pintura, tanto santo y por la cargante atmósfera provocada por los vapores de la laca de las beatas. Salgo del templo y vuelvo a casa por otras calles, que a esta hora ya están vacías, no como las de su hermana mayor que aún están llenas de gente. Me recuerda a las calles en Navidad. Parece ser que las fechas destacadas de la vida de "nuestro Señor" son también fechas destacadas para el consumismo. 
       
               Es increíble -pienso en mis adentros, que ahora plasmo aquí- como traspasando esa barrera invisible de las grandes avenidas, y recorridos turísticos, se puede entrar en todo un mundo desconocido. Tan, o más conmovedor que los productos estrella. Es como en el cine, un film de serie B -incluso Z, con todas sus pegas- puede ser el inicio de una bonita historia de amor.


Relacionado con ésto de la modernidad dentro de la Iglesia os dejo un ejemplo que me dejó patidifuso varios días. BIOMECÁNICA CRISTIANA! Pasen y vean: EL VERDADERO SIDESHOW CRISTIANO.

¡Tiembla Cronenberg! Tus seres mixtos ya no nos asustan. 

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