Este
año podemos, y debemos, afirmar que nos han martirizado a versiones
malísimas de Blancanieves. Podríamos ser benévolos y sacar de cada una de ellas
alguna característica que nos llamó la atención en su día… pero que pasado el
tiempo solo recuerdas con rabia e incluso con un poco de pasotismo. Un vago y
triste recuerdo en nuestra mente atiborrada de iconos.
Toda esta estructura fallera
construida este año (omito versiones anteriores) por directores como Tarsem
Singh o Rupert Sanders queda atrás con la versión de Pablo Berger. Si el señor
Singh, por un lado, nos proponía una Blancanieves
revestida por pintura Titanlux dónde todo quedaba envuelto en
un aura divinamente pop, incluso la misma historia de Blanca. Sanders, por
otra, ponía sobre la pantalla todo lo contrario: un mundo lúgubre totalmente
forrado de grises superficies y blanca nieve, con ciertos toques de rojo
intenso (para que no se diga). Como muchos han comentado, la transformación de
Blanca en heroína de videojuego o mejor dicho, “Dragones y Mazmorras 2.0”. Así,
el 2012 nos ofrecía hasta el momento dos extremos: la princesa recubierta por
barniz dieciochesco o la princesa guerrera, cual San Jorge luchando contra
aquello que teme y odia. No obstante la distancia estética de éstas, caen en el
mismo error según nuestro punto de vista: hacer de la historia de Blanca una
noticia rosa, un drama de folletín -pensaba que me quedaría ciego después de
tal atracón de edulcorantes- perdiendo la narración gran parte de su encanto y
perversión, cosa que no podemos consentir desde aquí aunque sea “una versión”.
Quitarle la perversión a Blanca es como quitarle a Bergman sus silencios o a
Almodóvar sus boleros. No, no se puede.
Pero llegó septiembre y con él la
historia de la que tanto habíamos oído hablar, leído alguna nota de prensa e
incluso visto alguna imagen robada (no mucho porque no nos gusta destripar antes
de tiempo, todo sea dicho)… pero solamente la idea de revisitar las fechorías
de Blanca y sus pequeños amigos ahora en nuestro país, en blanco y negro y
“mudamente” nos ponía la piel de gallina.
El deseado día llegó: el estreno.
Decir que quedamos boquiabiertos es poco. Pablo y todo el equipo apostaron muy
fuerte en la puesta en escena, la España más cañí se pone delante de nuestros
ojos estampada con violencia contra la pantalla haciendo que toda la trama se
desparrame sobre los espectadores; aquí no hay color pero el poder visual de
sus imágenes es tal que nos hace imaginar la gama cromática más satinada que
nuestra mente recuerda (casi en Cinemascope) para tal narración dónde aparecen
la mayoría de tópicos de una época: los años veinte (finales). Berger sabe
captar nuestra atención en esta historia gótica desde el primer minuto con la
aparición del telón de terciopelo (homenaje a los antiguos telones de cine);
nuestros ojos están ávidos de emoción, de groserías, de amor, de perversiones…
y el director no nos defraudará. Como se ha mencionado, toda una galería de
tópicos de la época se aparecerá durante los 104 minutos de film ante nuestra
atenta mirada, como una colección decimonónica de curiosidades. Podríamos decir
que es como ver un
libro de Pilar Pedraza en pantalla
grande, pero con ciertos toques cañí, recuperando la cultura de
"fenómenos" tan generalizada durante esos años (es algo que me
encanta): enanos, travestis, imágenes picaronas que nos recuerdan a las películas pornográficas de Alfonso XIII… y
lo más impresionante: los actores tienen ojos. No digo más. Los ojos de los
actores se ven poco en el cine patrio, pero aquí, será porque no hablan, el
director ha permitido que sus actores interpreten con la mirada y más aún que se recupere
la historia de Blanca en casi toda su crudeza, recordándome a maravillosos
fragmentos de uno de mis libros favoritos: "Zarzarrosa" de Robert
Coover. No queremos adentrarnos en el reparto, pero es necesario mencionar la excelente actuación de todos y cada uno de ellos. Maribel Verdú como madrastra nada tiene que envidiar a las otras actrices que este año han tenido el privilegio de encarnarla, ya querrías tú Julia tener el temple de nuestra Maribel ¡Ja!. Por no hablar de los enanos, Ángela Molina (recordándonos a "Las cosas del querer) o el maravilloso Poncela... todo un honor asistir a la actuación de tal elenco de artistas.
Cabe mencionar que muchos han criticado que esta
película tenga su base en el toreo (desde aquí no apoyamos este acto matarife),
en la tauromaquia. No es aprobada por gran parte del público por este simple
motivo, pero como mencionaba Elvira Lindo “No sé (sabemos) si defienden que se prohíba
que los toreros protagonicen una historia de ficción, pero si fueran coherentes
deberían dar la bronca también en los conciertos flamencos, en algunos desfiles
de moda, quemar unos cuantos libros de temática taurina e incluso disolver esas
fiestas donde los abuelos bailan y tararean ciertos pasodobles”.
En fin, sea
como fuere, nos encontramos ante una emocionante experiencia sensorial cargada
de pinceladas de humor surrealista, esencia dramática y un poderío musical que
coquetean con clase y elegancia entre la España taurina más cañí y el imaginario más freak(valga la redundancia), a través de su monumental
puesta en escena. En resumidas cuentas, un evocador homenaje al séptimo arte
que, de momento nada tiene que envidiar a la aclamada “The Artist”.
No os lo penséis más y si no habéis ido a
ver esta joya, ya estáis tardando.
Comentarios
Publicar un comentario